Pedro Pablo Opeka nació en San Martín, provincia de Buenos Aires, Argentina el 29 de junio de 1948, el mayor de 8 hermanos, sus padres Luis Opeka y María Marolt, eran inmigrantes eslovenos que llegaron a Argentina en enero de 1948 huyendo del comunismo instalado en Eslovenia. Estudió en el colegio María Reina de los padres vicentinos de Lanús e hizo su bachillerato en el colegio de Escobar ingresando a los 18 años en el seminario de la Congregación para la Misión de San Vicente de Paul, en San Miguel.
En 1968 viajó a Europa, donde estudió filosofía en Eslovenia y teología en Francia, permaneciendo dos años como misionero de la congregación en Madagascar. Fue ordenado sacerdote en la basílica de Luján, el 25 de septiembre de 1975.
En 1976 regresó a Madagascar, donde vive desde entonces. Hasta 1989 atendió una parroquia en la zona selvática del sur de la isla y a partir de ese año fue trasladado a la capital, Antananarivo, para hacerse cargo del seminario de la congregación.
Viendo la situación de indigencia y pobreza que reinaba en la capital y sus suburbios, especialmente en los basureros donde la gente vivía en casas de cartón y los niños se disputaban la comida con los cerdos, se conmovió y resolvió hacer algo por ellos, siempre que estuvieran dispuestos a trabajar.
Akamasoa
En el año 1990 fundó con la ayuda de un grupo de jóvenes, la Asociación Humanitaria Akamasoa –que lengua malgache significa “Los Buenos Amigos” –, para servir a los más necesitados.
Con ayuda del exterior y el trabajo de la gente de Madagascar, comenzaron a fundar pequeños poblados, escuelas, dispensarios, pequeñas empresas y hasta un hospital.
Hoy día, son cinco poblados donde viven cerca de 3 mil familias, representando una población estable de más de 17 mil personas, de las cuales el 60 por ciento son niños menores de 15 años. Unos 9.500 chicos estudian en sus colegios y se da trabajo a unas 3.500 personas en la Asociación (atendiendo escuelas, dispensarios, hospitales, canteras, fábricas de muebles y artesanías)
Hasta la fecha, unas 300 mil personas han pasado por su Centro de Acogida.
El Padre Pedro Opeka, gracias a su labor humanitaria ha sido propuesto en distintas ocasiones al premio Nobel de la Paz, y ha recibido un gran número de premios, como el Caballero de la orden Nacional de Madagascar de 1996, el Premio Paloma de Oro de Eslovenia de 1996, Oficial de la Orden Nacional del Mérito de Francia de 1998.
Misionero del año jubilar en Italia en el año 2000, Caballero de la Legión de Honor de Francia en 2007, el Premio Mundo Negro a la Fraternidad en 2007, el Premio Cirilo y Metodio de Eslovenia en 2008, y el Premio Cardenal Van Thuan al Desarrollo y Solidaridad otorgado por el Vaticano en 2008, Orden Dorada por Méritos de Eslovenia en 2009.
En el centro esloveno de San Justo
“Yo siempre les dije a ellos, los amo demasiado como para asistirlos, si tuviera que asistirlos yo me voy hoy de Madagascar, porque el amor no es asistir de manera perenne a un pobre, es darle trabajo, es darle herramientas, es cambiarle lentamente la conciencia que tiene para que sea autor y promotor de su propia promoción. Este trabajo no es fácil porque uno se acostumbra a eso. A veces uno se tiene que hacer de violencia. Yo hablé con mucha fuerza para decir hay que cambiar de mentalidad. Cambiar esa costumbre que teníamos de pedir y de ser asistidos……por eso siempre le pido a la gente que vive allí tres cosas: que acepten el trabajo, que acepten educar y escolarizar los niños, y que acepten una disciplina en la comunidad”
“Los gobiernos que fomentan el asistencialismo están fomentando la delincuencia y la exclusión y están profundizando el problema. Y si no se atacan en serio las causas de la pobreza es para seguir aprovechándose de ellos, utilizándolos…Junto con la pobreza económica se viene abajo la autoestima y la moral. La familia explota y ya no hay un núcleo donde formar a la persona. Cada uno tiene que rebuscársela, salir a robar porque cada noche tienen que traer algo como sea, o no volver.”
En el centro esloveno de Ramos Mejía
“La concepción de ayuda que tiene mucha gente es errónea, porque muchos quieren ayudar para sentirse feliz. Quieren sentir la alegría de dar, quieren sentir la alegría de que alguien le está agradeciendo. Quieren sentir la satisfacción de sentirse alguien. Que dando soy alguien. Entonces el otro depende de mí. Hay mucha gente que está contenta de que los otros dependan de ellos y quieren mantener esa gente dependiendo de ellos. Esa no es la verdadera ayuda, ni la ayuda evangélica cuando Cristo dice que tu mano derecha no sepa lo que dio tu mano izquierda. Y cuando das lo das porque lo tuviste que dar. Luchar contra la pobreza es también compartir.”