El pasado sábado 30 nos reunimos otra vez, esta vez en mi casa. Por lo general aprovechamos cuando nos visita algún “desterrado” del grupo que está de paso por Buenos Aires, pero también nos reunimos aunque no haya ningún motivo en particular. Esta vez nos reunimos sin motivo aparente, y sobre la marcha nos enteramos que también venía Anči de Canadá, así que nos salió redondo. Éramos 16; la mitad del grupo completo de la Rast (promoción).
Me motivó escribir sobre estos encuentros, no por este en particular, sino para mostrar un poco lo que significa para nosotros, los hijos de los exiliados eslovenos, estar juntos casi toda la vida. Realmente causa impresión decir “toda la vida”, nunca me imaginé que diríamos esto. Pero es así, y por eso es tan importante para nosotros.
No podemos menos que estar orgullosos de esta amistad que conservamos desde hace 42 años, cuando empezamos juntos el Secundario esloveno (Srednješolski Tečaj). Muchos de nosotros no nos conocíamos bien porque éramos de diferentes centros eslovenos, hasta que nos reunió el Tečaj; por eso le estaremos agradecidos toda la vida a quienes lo fundaron. En la Argentina todos sabemos muy bien lo que nos sigue ofreciendo el Tečaj.
42 años es un número inimaginable para nosotros, pero las cuentas no fallan; es la matemática de la vida. Después de todo, no son los años, sino las cosas que vivimos, y las cosas que sabemos unos de otros desde esos años turbulentos de nuestra juventud, mientras buscábamos cada uno su identidad, detalles que quedarán para siempre en nuestra intimidad. Cosas que no se pueden compartir con otros porque no las entenderían. Todos los grupos tienen esto; experiencias que se guardan como en una hermandad. Historias de rebeldes y moderados, vanidosos y retraídos, estudiosos y vagos, coquetos y descuidados. Afinidades, reciprocidades y desilusiones. El tiempo fue suavizando todo, hasta convertirnos en esto que somos hoy.
Aquella etapa del Tečaj se fue volviendo más interesante año tras año porque nos tocaron profesores increíbles, amateurs, pero únicos e irrepetibles, esos exiliados apasionados a quienes no les sobraba nada y sin embargo nos regalaron sus sábados. Con ellos fuimos madurando de a poco. Pero todo tiene un final, y aquella maravillosa época concluyó con nuestro inolvidable viaje de egresados a Bariloche, un viaje con tantas anécdotas de la Colonia Suiza, de las interminables caminatas y de las singularidades de nuestros guías, que siempre será motivo de recuerdos hilarantes. A todas las Rast les pasó lo mismo; la mayoría de los que leen estas líneas sabe bien a qué me refiero.
Después vino la vida en serio: nos empezamos a ver un poco menos por el trabajo, la Universidad, los noviazgos, los casamientos. Uno por uno nos fuimos turnando para ser protagonistas o invitados. Después vino lo mejor de nuestras vidas; nuestros hijos. Nos fuimos acostumbrando a los cambios grandes; antes estábamos al fondo de los salones durante los eventos, molestando y riendo; ahora estamos en las primeras filas, o más aun, leyendo un papel frente al micrófono. Antes teníamos que actuar siempre en algún aniversario, ahora vemos a nuestros hijos hacerlo, y nos codeamos orgullosos. Antes nos sentíamos importantes con nuestras conquistas juveniles, ahora cuchicheamos las de nuestros hijos. Antes éramos los chicos del Tečaj, ahora enfrentamos una nueva e impensada etapa; la llegada de los primeros nietos.
Como nos vemos tan seguido, difícilmente notamos todo lo que hemos cambiado; las canas, los rollitos, las peladas, las enfermedades graves. Y muchas fueron muy graves; las cicatrices de las que ahora hablamos como si fueran anécdotas, en realidad no lo fueron. Hubo muchas lágrimas y rezos compartidos, por supuesto. Y los sigue habiendo, claro. Hasta compartimos la pérdida de quien se fue temprano a la casa del Padre. Cada uno pasó por tantas cosas que no alcanza el tiempo para describirlas; preferimos pensar que ahora tenemos mucha experiencia.
Fuimos un grupo más de los 45 que ya pasaron por el Tecaj, pero podemos decir orgullosos, aunque suene pretencioso, que somos un gran grupo. ¿Quién no conoce a los de nuestra Rast VIII? Podría dar nombres de nuestros “famosos”, pero no es necesario, los que leen esto nos conocen bien, y los que lo leen de afuera, les dejamos la incógnita, aunque seguramente deben conocer a alguno de “los nuestros”.
Alguien que lea esto en Eslovenia estará tentado a decir que no es de extrañarse, porque así somos los argentinos. Es verdad en parte, porque tenemos muchas costumbres argentinas. Pero esto de vernos siempre, casi todos los fines de semana, durante 42 años, en realidad se lo debemos a que somos eslovenos, porque nos reunió la escuela, los centros eslovenos, los aniversarios, las fiestas religiosas, los días de la juventud, las tómbolas, peregrinaciones, festivales, los casamientos, bautismos y sepelios. Nuestros hijos son amigos entre sí, como lo somos nosotros. Nos parece natural que así sea, pero no lo es tanto; es algo que solo la comunidad nos pudo dar. Ningún argentino comparte como nosotros todas aquellas experiencias tremendas de la guerra de nuestros padres, pero también las historias hermosas, entrañables, las que hablan de sus pueblos, vecinos, familias, canciones y costumbres. Todavía no estamos en la etapa nostálgica de nuestras vidas, pero siempre aparecen en nuestras conversaciones algunos comentarios de nuestro paso por cierto pueblo de Eslovenia, lo que nos dijo algún primo cuando estuvimos ahí, alguna lágrima de una tía cuando nos confesó algo que nunca pudo decir antes.
Son muchos detalles, privativos, que podemos compartirlos porque tuvimos padres con historias similares. Nuestros padres tuvieron vidas tan duras y nuestra crianza fue tan parecida que no podemos evitar pensar que nos conocemos como si fuéramos hermanos; tanto cuando nos enojamos como cuando festejamos.
Ya nos pusimos de acuerdo para el siguiente encuentro. No voy a decir donde para no crearle presión a nuestro próximo anfitrión. Ojalá puedan venir algunos más, y continuar esas charlas que, obviamente, nunca tienen final.
Jože Lenarčič