Día del amigo

Hay que reconocer que, sin caer en exageraciones o parecer grandilocuente, en pocos lugares del mundo este día cobra tanta importancia como en la Argentina. Lo pude comprobar hablando con gente que vive en otros países. Es el día en que alguien se aparece con facturas, que suenen los celulares sin parar, que entran Whatsapps todo el día y se organizan todo tipo de salidas para la noche.

Este año cayó el jueves 20 de julio. Ya el domingo anterior, el 16, Mariana se encargó de enviar uno de esos mails masivos proponiendo que nos reunamos en el Dom de Ramos el viernes 21 y no el jueves, para poder quedarnos hasta tarde, sin tener que pensar en levantarse temprano al día siguiente. El mail sugería que se prepare una comida, por lo que esta vez Aleks no pudo evadir el desafío, y aceptar finalmente hacer ese tan prometido y promocionado guiso de lentejas que todos estuvimos esperando desde el año pasado, cuando empezamos a organizar estas reuniones-comilonas. Unos cuantos de nosotros nos ofrecimos a ayudar. Y listo, todo estuvo organizado.

El viernes empezamos temprano, a las 18 hs. Éramos seis cortando de todo: panceta, roast beef, palomita, solomillo de cerdo, chorizos colorados, chorizos de cerdo, papas, zanahorias, cebollas, cebollas de verdeo, morrón verde, morrón colorado, ajo. Todo fue entrando lentamente a la olla de casi cien litros, mezclado con tomate triturado, caldo, vino tinto, pimienta, pimentón, ají molido, laurel, y, por supuesto, las lentejas al final. Como ya habrán notado, con semejantes ingredientes, Aleks no tuvo que preocuparse para nada de que algo pudiera salir mal. No podía salir mal con todos esos manjares. Fueron tres horas de poner cosas en la olla, y mientras tanto, los comensales iban llegando. Todos pasaron por la cocina, y casi todos metieron sus narices en la gran olla humeante.

Esto era lo que vinimos a buscar, tres horas previas de charlas animadas, risas, bromas. Así, la espera no es espera cuando los amigos se encuentran, salvo por el hambre, claro, porque hubo que tenerle paciencia a Aleks para que determinara cuando había llegado el momento exacto de la cocción y consistencia del guiso para que todos tomaran su lugar en las dos largas mesas que hacía horas que esperaban vacías. La mesa de los chicos, y la de los menos chicos. Chicos de cinco a sesenta años.

La espera siempre tiene su encanto. El efecto fue indescriptible cuando los comensales vieron con grandes ojos llegar lentamente esos platos humeantes. El aroma ya estuvo pegado en nuestra ropa desde hacía mucho tiempo antes. Rezamos frente a esas largas hileras de vapor maravilloso. También se notó la impaciencia cuando rezamos. Luego vino un instante de silencio, y el ruido titilante de las cucharas buscando ese manjar. Muy pronto el guiso caliente y picante nos hizo transpirar, además de que las narices y orejas se nos pusieron coloradas. Es increíble el tiempo que tardó el guiso en enfriarse un poco para que pudiéramos saborearlo. Tal vez era por la combinación poderosa de guiso y vino. Después sobrevino el aplauso merecido, claro, para el master chef de la noche.

Ese fue el punto culminante, guiso, pan y vino. Y lo más importante, por supuesto, nosotros. El guiso era más rico porque vinimos para reunimos y retomar nuestras charlas inconclusas e interminables, apretados en las mesas, repitiendo a veces los mismos temas con imaginación, con bromas nuevas, ingenio y picardía. Después, vino el segundo plato, claro, y otro vaso de vino, obvio, porque después de la segunda vuelta es cuando siguen la filosofía, y los recuerdos. Nos conocemos todos de chicos, y en la mesa contigua estaban nuestros chicos, que también se conocen de chicos.

Los eslovenos argentinos somos gente particular. Nos gusta disfrutar de las dos cosas, de ser eslovenos y de ser argentinos. Uno escucha esa conversaciones y se da cuenta que somos una mezcla difícil de explicar. El esloveno y el argentino. Gente reservada y extrovertida a la vez, disciplinada pero transgresora, muy moderada pero desenvuelta al mismo tiempo. Tenemos muchas historias en común, empezando por esas historias que bajaron de los barcos, repletas de tragedias y esperanzas. Siempre aparecen estas cosas, pero por supuesto son inevitables las historias de la sola, del Dom, del tecaj, los aniversarios, excursiones, vacaciones, trabajos, casamientos, fiestas, etc, etc, etc. Algunos dicen que nos conocemos demasiado. Acaso eso sea lo que distancia a los que no vienen seguido, pero eso también es lo que nos une tanto. No hay otra explicación para notar que después de setenta años, nos sigamos juntando una noche para cocinar y divertirnos, igual que nuestros abuelos.

Gracias a los amigos, lo pasamos genial. Ah, me olvidaba, el guiso estuvo buenísimo.

Jože Lenarčič

 

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