Tal vez el título suene un poco ingenuo, lo sé. Quienes ya peinamos canas y guardamos innumerables recuerdos de la vida institucional en la Argentina, no hemos podido notar jamás una evolución en las virtudes de nuestra sociedad. Mejor no hablar de ello, es muy doloroso.
También en el pasado sufrimos crisis terribles, como la del 2001. Para muchos fue la peor, cuando realmente Argentina pareció tocar fondo y por primera vez la gente salió indignada a las calles para exigir que los culpables se vayan del Estado. Pensábamos que íbamos a cambiar. Pero no aprendimos nada. No alcanzó nuestra indignación, nada cambió, continuamos empeorando, sin poder evolucionar como sociedad.
Esta vez están ocurriendo cosas que jamás habíamos visto y son tan increíbles, que cuesta imaginar que los argentinos podamos continuar así, como siempre, sin que altere nuestro sentido de los valores, aunque estemos tan acostumbrados a las noticias más descabelladas desde nuestra infancia. Estamos viviendo acontecimientos legendarios, y cada día nos sorprendemos más de los detalles cinematográficos de la mega corrupción más depravada de nuestra historia, ocurrida durante el gobierno de los Kirchner.
Algunos hacen comparaciones con el lava jato de Brasil. En Brasil empezó a descubrirse la corrupción apenas por una camioneta de lujo regalada a un director de Petrobras, y Lula está preso por un departamento que recibió por un soborno. Esto terminó descabezando a las empresas más grandes de Brasil y ha llevado a ese país a más de dos años de recesión. En la Argentina no estamos hablando de camionetas ni departamentos, se trata de incontables cantidades de bolsos con cantidades astronómicas de dinero. Son cientos de viajes de autos y aviones trasladando una cantidad tal de dinero que era imposible contar; se pesaba.
Sin embargo, la tragedia no queda limitada en aquellos funcionarios. Hay muchos empresarios implicados. Pero tampoco fueron solo funcionarios y empresarios. Fueron muchos empleados de ambos lados, fueron muchos choferes de remises y pilotos de aviones que trasladaron esa fortuna, controles y policías que dejaron pasar esos bolsos, banqueros y financistas que “ubicaron” esa fortuna, gobernadores, diputados y senadores que legitimaron el saqueo, jueces y fiscales que callaron. Pero la lista sigue, y también hay que hablar de la gente que entró a “trabajar” al gigantesco e insostenible Estado durante esa orgía incontrolable, personas que se “jubilaron” sin haber hecho los aportes necesarios, actores y artistas que tuvimos que subsidiar, jóvenes cuyo entusiasmo haragán también tuvimos que subsidiar. Y están también todos los “amigos” de todos los mencionados, también subsidiados. Estamos hablando de una descomunal enfermedad social, una pandemia de antivalores que nos hizo perder la razón. Son tantos los cómplices que cuesta creer en una conversión, cuesta creer que la conmoción que vivimos termine en una purificación de nuestras viejas y ruinosas costumbres argentinas.
Sí, es verdad de que hay muchas señales muy malas que todavía muestran que lo más decadente no ha conmovido todavía nuestro sentido de la decencia. Vimos gente contando montañas de dinero en la Rosadita, y no nos perturbó lo suficiente. Vimos luego como se llevaban todas las pruebas de la Rosadita, y no nos inquietó tanto. Vimos empresas, hoteles, estancias, mansiones pertenecientes a simples empleados públicos, y ya no nos impresionó. Vimos a un secretario llevando 9 millones de dólares a un convento trucho y a la hija siempre desocupada de la ex presidente con 5 millones en su caja de gastos corrientes, y no alcanzó para enojarnos. Todo esto se ha convertido en algo tan normal, que parecería que es ya nuestra forma de vivir y razonar: estamos todos embarrados, ¿no hay suficientes argentinos fuera de este pozo de barro para tendernos las manos limpias y sacarnos?
Una leve, muy tenue luz de esperanza parece estar brillando desde hace algún tiempo. Es demasiado tenue, es verdad, pero lucha por no apagarse. Apenas por casualidad, una mujer policía descubrió el bolso de Antonini Wilson, y pudimos enterarnos. Por una simple empleada de limpieza pudimos saber de la bolsa de dinero indebida que expulsó a la ministra Michelli. Por apenas la insistencia de un periodista vimos la confesión de Fariña, un financista menor que de la nada se convirtió en multimillonario, y pudimos enterarnos de la compleja ruta del dinero K, como le dicen. Por muy poco y gracias a la presión de un puñado de argentinos, el fiscal Campagnoli se salvó del juicio político por investigar a uno de estos corruptos, el depravado Lázaro Báez. Por las declaraciones apenas escuchadas de una señora despechada, pudimos enterarnos de un gigantesco robo que estaba realizando el ex vicepresidente de la Nación. Por la inesperada declaración de un asesino encarcelado, nos enteramos de la temible perversidad del ex candidato a gobernador, y no lo votamos. Por el coraje de un solo fiscal que se animó a acusar a la ex presidente y por lo que fue asesinado, nos enteramos de la maldad extrema de esta organización que lideró la indecencia argentina. Por la confusa aparición de unos cuadernos olvidados, se pudo entender finalmente cómo funcionaba la organización delictiva más grande de nuestra historia. Por la perseverancia de un solo juez, tenemos al menos una persona en la Justicia argentina capaz de investigar la gigantesca causa del magno saqueo que representa lo más oscuro de nuestros pecados.
Por poco, seguimos a flote, con la nariz afuera del agua. Por poco no nos convertimos en Venezuela. Por poco no votamos la continuidad de esta decadencia que tanto nos gustó. Por poco no nos enteramos de todas estas cosas. Por poco todos estos delincuentes casi quedan sin ser molestados. Por poco esa montaña de dinero queda olvidada, sin ser buscada. Por poco jamás nos hubiésemos dado cuenta que la inmoralidad política es escrupulosamente fiel con sus cofrades, como lo es con los ex presidentes Menem y Kirchner. Por muy poco todas estas cuestiones de nuestra indecencia social, se habrían incorporado definitivamente a nuestra vida normal. Por poco, por muy poco.
Como ese gol de rebote que entra en el último minuto y nos salva de la derrota, los argentinos nos salvamos por casualidad de quedar para siempre atrapados en el fracaso. No caímos al abismo, pero el abismo sigue allí, a un paso. Al menos fuimos capaces de ver el abismo, con todos sus arrepentidos contando los detalles de la mayor de las degeneraciones cívicas jamás vista en nuestra siempre emergente historia.
Como el rayo inesperado que cambió el curso de la ruinosa vida de la doctora Gloria Polo en Colombia, la Argentina ha sido tocada por un rayo casi inmerecido de revisionismo histórico. Lo más decadente de nuestras costumbres, por fin nos sorprende. ¿Será finalmente un cambio de época para la Argentina, o lo olvidaremos pronto, incapaces de superar nuestros pesados vicios? Hemos rezado por nuestro País. Sólo este milagro repentino de conciencia nos permite seguir creyendo que no todo está perdido. Este es el momento en que más debemos rezar, para que este milagro se prolongue todo el tiempo que dure nuestra conversión cívica. Será dolorosa, como todas las conversiones. Aunque pasemos penurias económicas, no hay que asustarse, porque como decía un profesor, las crisis jamás son económicas, son más profundas que sólo eso, y la bonanza material viene sólo después que nos decidamos a hacer las cosas bien.
JL