En estos días estamos escuchando las audiencias en el Congreso Nacional de los diferentes referentes sociales sobre el tema de la despenalización del aborto.
Todos nos damos cuenta rápidamente que aquellos que bregan por el derecho a abortar, son los mismos que vemos siempre desfilando por la televisión para denunciar cualquier violación a los Derechos Humanos. Son los campeones sociales de los Derechos Humanos.
Escuchamos de ellos extensos alegatos en defensa de las niñas, las inocentes, las humildes, las desprotegidas, las violadas, las incomprendidas, en definitiva, las víctimas. Para darles voz a esas mujeres están estos verdaderos campeones sociales que siempre están dispuestos a defender a los necesitados de algún derecho. Y está muy bien que haya personas sensibles para dar la voz de alarma cuando algo anda mal. Por eso hay que dar la voz de alarma antes de que se cometa una injusticia.
Escuchamos que defienden la vida de estas mujeres, que defienden sus derechos a tomar las decisiones sobre su cuerpo, que tienen derecho a terminar un embarazo que no desean, porque no tienen por qué someterse a un padecimiento que al hombre jamás le toca. Las defienden para que puedan liberarse del flagelo de un embarazo no deseado, que lo plantean siempre como un tema de salud pública, porque para ellos el embarazo no deseado equivale a una enfermedad, y la mujer tiene derecho a exigir que la sociedad le proporcione una cura para su problema.
Derechos, muchos derechos. Pero aquí nos estamos olvidando de algo. Antes nos enseñaban que los derechos siempre van unidos a ciertas obligaciones. Es inevitable que así sea, es una ley universal, acción y reacción, cara y seca. Para ser ciudadanos útiles, responsables, maduros, preparados para la convivencia, nunca debíamos olvidar que un derecho necesariamente estaba pegado a alguna obligación. Tengo derecho a divertirme y la obligación de no molestar a nadie. Tengo derecho a expresarme y la obligación de no ofender a nadie. Tengo el derecho a realizar cualquier actividad económica y la obligación de no perjudicar a nadie. Tengo el derecho a exigir mi parte y la obligación de no quitarle nada a nadie. Así nos enseñaban antes.
Todo el debate sobre la despenalización del aborto está centrado exclusivamente en los derechos de la mujer. Es lo que pregonan estos campeones, probablemente sin darse cuenta. Ahora bien, para hacer bien las cosas y no equivocarnos, pensemos un poco, ¿no nos estamos olvidando de alguna obligación? Propongo a cada entusiasta abortista realizar este pequeño ejercicio para ampliar y perfeccionar sus reclamos por más derechos para todos.
Por un instante, que cada uno de ellos se serene, se recoja en el silencio y trate, en su imaginación de entrar en la pancita de estas mujeres, dentro de la placenta, y se ubique junto al pequeño, pegaditos a él, que es tan real como la madre. Que traten de estar allí un instante, flotando junto a él, o ella claro. Lo primero que notarán es que no van a escuchar ningún ruido, apenas el latido de sus corazones. Flotarán sin saber lo que ocurre allí afuera. Dentro de esa placenta no hay discusiones, exigencias, razones de ningún tipo. En silencio, podrán ver a ese pequeño tal cual es; su cabecita, sus manos, sus piernitas. Notarán seguramente, que es un ser humano igual a todos nosotros, los que gritamos aquí afuera. Nada de lo que ocurra afuera tendrá ningún sentido para este pequeño que tienen delante, porque es totalmente indefenso e inocente. Para él son solo ruidos casi imperceptibles. Ha sido concebido y crece, solo eso. Vive.
Pero todos los argumentos de los abortistas excluyen radicalmente a este pequeño. Jamás lo nombran. No lo nombran, porque saben que se complicarían sus exigencias. Nombrarlo es darle entidad a este pequeño ser humano. Si yo tengo derecho a que respeten mi vida, tengo la obligación de respetar la vida de los demás. Así nos enseñaban antes. La conclusión sencilla que podemos sacar con este simple ejercicio, es que los abortistas callan los derechos de este pequeño. Y negarle sus derechos convierte a estos campeones en abominables violadores de los Derechos Humanos.
Jože Lenarčič