Reseña sobre Olga y Roni, inmigrantes eslovenos
En mayo de 1948, hace exactamente setenta años, el buque Steward llegaba al puerto de Buenos Aires con muchos pasajeros expectantes por la tierra que los recibía pero también desolados por el desarraigo y la nostalgia, propia de quienes no saben si alguna vez podrán regresar a pisar su lugar de origen. En esa mole viajaban Olga Vicic y France Homovc, luego de pasar tres años en campos de refugiados cuando debieron emigrar de su Eslovenia natal. Roni Vicic llegaría en el mismo año, en el mes de julio. Este sucinto relato introductorio determinaría, muchos años después, la escritura del libro Olga y Roni, inmigrantes eslovenos.
Narrar esos hechos significó dar forma a varias horas de grabación de ambos, efectuada por Nicolás Ferrero, uno de los nietos de Olga, con el objetivo de que quedara un testimonio de lo vivido más allá de la oralidad. Así comienza a gestarse la obra complementada con anécdotas de la familia, recuerdos que surgieron en charlas posteriores con los hijos de Olga, investigaciones geográficas, históricas, culturales, etc.
Como ya expresé, los hermanos dejaron Eslovenia porque sus vidas estaban en riesgo a raíz de las invasiones que asolaron su tierra durante la Segunda Guerra Mundial. Los partisanos habían matado al padre y a una hermana sin que tuvieran ninguna implicancia política.
Remontarse a la infancia de ambos es ubicarlos en Borovnica, lugar de residencia, a pocos kilómetros de Liubliana, la capital de Eslovenia.
“Cerca de la casa estaba el bosque. Ámbito preferido de juegos, aventuras, risas y gritos, de dientes teñidos de azul por el jugo de los arándanos silvestres que recogían, de caminatas con los pies descalzos por el placer de sentir la tierra, la libertad misma”. (pág. 26)
Cuando se produjo la invasión alemana, Roni estudiaba en Liubliana y Olga comenzó a trabajar para ayudar a su familia ya diezmada. Pero los riesgos eran cada vez mayores y así como tantos otros habitantes, librepensadores, gente de paz, de diferentes ideologías, el exilio fue el camino más seguro que encontraron.
¿Cómo transcurrieron esos primeros años en la ciudad de cemento, con un ancho río amarronado? ¿Cómo habituarse a otras costumbres? ¿Cómo ser cordiales cuando aún no se manejaba la lengua ajena, más allá de la gestualidad?
En sus salidas, en el colectivo, en cuanto lugar se cruzara con argentinos, Olga advertía que el idioma era muy diferente y agradecía que su marido supiera los rudimentos por su hábito de intentar leer los diarios argentinos cuando estaban en el campo de refugiados en Italia. Roni avanzaba mucho más rápido en el aprendizaje. Si bien no era un perfecto hablante, ya podía entender y emitir algunas frase sin miradas de sorpresa.
“Mirar el diario Clarín hasta identificar las letras y sílabas, escuchar en la calle, en el lugar de trabajo, hablar menos con los paisanos para no confundirse”. (pág. 73-74)
Cada mes de mayo asistían en peregrinación a Luján junto con otros eslovenos con sus trajes típicos para rendir culto a su virgen, Marija Pomagaj, en la Basílica desde 1949, la misma que veneraba Olga con sus padres en Brezje.
Otros momentos emotivos de la historia refieren el encuentro de Olga con una amiga del secundario con la que había perdido contacto, así como las reuniones para grabar saludos y anécdotas a los familiares en Eslovenia.
Pero también había lugar para la diversión y la devoción. Los domingos toda la familia asistía a misa. También les gustaba pasear por la costanera, almorzar en La posta, una parrilla bien criolla y por supuesto, ir a la cancha de River Plate para vivar por su equipo favorito.
Y siempre el trabajo, Olga en su casa y atendiendo a quienes lo necesitaban por haber aprendido enfermería durante su permanencia en los campos de refugiados y France en la fábrica Zupan.
“La puntualidad era un principio del que no se desviaba France. Regresaba a las doce y luego del almuerzo descansaba un rato. Volvía a partir a las tres de la tarde hasta las dieciocho. Los vecinos casi no necesitaban reloj. Ahí vuelve France Homovc. Deben ser las seis, decían”. (pág. 87)
Roni se había ido a trabajar a la Mina Gonzalito en la provincia de Río Negro y posteriormente decidió buscar otros horizontes laborales más prósperos.
“Llegamos sin plata, con diez bolívares, nos embarcamos en Valparaíso hasta Panamá y de allí a Venezuela”. (pág. 89)
En ese país vivió hasta su fallecimiento. Este hombre miró de frente el dolor, pero encendió la esperanza.
Olga falleció en Cinco Saltos, provincia de Río Negro, donde se había radicado luego de perder a su esposo. Vale destacar su reflexión:
“No me pesa nada. Cuando bien vivís mucho tiempo no es abundancia, valorás cada cosita… Dios me dio todo”. (pág. 102)
Como autora quiero destacar que escribir este libro me ha colmado de experiencias y emociones que no imaginaba: aprender sobre un país tan interesante y tener la oportunidad de conocerlo, ponerme del lado de tantos inmigrantes, eslovenos y de otros países, vivenciando al menos como escucha, tantas situaciones complejas y la capacidad para sobrellevarlas. Por último seguir mostrando la historia en presentaciones y encuentros literarios, a saber, en Cinco Saltos, en Neuquén, en Bariloche, en Buenos Aires y dispuesta a seguir el camino que Olga y Roni secretamente van marcando.
Marita Molfese
Todas las citas fueron extraídas del libro Olga y Roni. Inmigrantes eslovenos, ediciones con Doble Z