¿Quién fue Luis Grozde?

Luis Grozde, el mártir de los jóvenes

Luis nació el 27 de mayo de 1923 en Gorenje Vodale, cercana a Mokronog, en el sur de Eslovenia. Era hijo natural, y su padre no quiso reconocerlo.

Cuando Luis cumplió los cuatro años, su madre María se casó con José Kovac, quién no quiso que el pequeño viviera con ellos, y Luis quedó entonces al cuidado de su tía, una humilde empleada doméstica que vivía a dos hora a pie de su hermana y trabajaba en Liubliana, la Capital de Eslovenia.

La infancia de Luis transcurrió en el ambiente campestre del sur de Eslovenia, apacible, aunque sufrió siempre la lejanía de su madre. Toda su niñez debió llevar a cuestas el triste sentimiento de no ser querido, y esto lo convirtió en un muchacho reservado y rebelde.

Sin embargo, lo que Luis no tuvo de una familia, lo fue compensando con una temprana y notable capacidad de descubrir los maravillosos dones de la vida. Era de carácter vivaz, con una gran inteligencia; a los tres años rezaba solo el rosario, y muy pronto empezó a componer poemas.  

La escuela y el deseo de aprender fueron lo que marcaron en Luis un nuevo rumbo para su vida. Esta cualidad lo llevó a que la patrona de su tía, la señora Pogacar, se interesara por él, y se pusiera a buscar ayuda entre sus amigos para solventar los estudios secundarios de Luis, en Liubliana.

Luis se puso pronto a preparar su examen de ingreso, y la señora Pogacar lo ayudó con todas aquellas materias de las cuales él nunca había escuchado nada en su humilde escuela pueblerina. De esta manera pudo aprobar el examen y entrar al secundario. La señora Pogacar lo ayudó después también a encontrar un lugar donde vivir, en el internado episcopal Marianista para estudiantes.

A Luis le costó mucho el cambio; todo era muy diferente de su ambiente pueblerino, en la hermosa campiña sureña. Así empezó su vida en Liubliana, tratando de amoldar sus costumbres sencillas a la vida en la ciudad. Durante un tiempo debió esforzarse también para alcanzar el nivel de sus compañeros, pero ya durante el primer año se destacó entre los mejores. Todos los demás años los terminó con distinciones, ganándose la admiración de sus profesores.

A los trece años ingresó a la Congregación de María, la cual presidió años más tarde, y se convirtió también en el director de su revista, Origen, entusiasmando a los demás a desarrollar sus habilidades creativas. Su interés por la escritura ya estaba en su apogeo, y escribió profusamente sobre el amor a su terruño; el lugar que siempre añoró.

En la Congregación de María conoció a los jóvenes de la Acción Católica, y pronto se convirtió en uno de sus miembros más activos. Uno de sus amigos comentó: ”A veces nos sorprendíamos de lo que decía en las reuniones, Luis nos alentaba e insistía en que debíamos aprovechar los inmensos dones recibidos para ejercer el apostolado. Siempre estaba dispuesto a ayudar y nunca se dejó arrastrar por las opiniones de las mayorías”

Su vida activa entre la gente, y toda la libertad que tuvo durante su juventud no estuvo exenta de transitar muy cerca de los malos hábitos y las malas compañías, y en sus poemas escribió también sobre aquella lucha interna constante. El medio para la superación lo resumía de esta manera: “Todos los días hay que hacer un sacrificio para alcanzar a Cristo, y por la noches, un buen examen de conciencia”.

La Eucaristía y el rosario casi diarios fueron su sustento, y siempre que el estudio se lo permitió, hacía sus visitas al Sagrario. Las hermanas del hogar Marianista se sorprendían de su excepcional comprensión de la Eucaristía.

A Luis le interesaba todo. Aparte del latín y el francés obligatorios, se puso a aprender alemán e italiano. También aprendió a cantar, a tocar el piano, estenografía, mecanografía. Era además un estudioso entusiasta de las encíclicas papales.

Cuando la guerra llegó a Eslovenia, con la ocupación alemana e italiana en el año 1941, no se desanimó como los demás estudiantes, que dudaban si tenía sentido seguir estudiando. Este pesimismo era especialmente alimentado por los hechos violentos provocados por las guerrillas comunistas durante la ocupación. Los comunistas empezaron una revolución interna para eliminar a todos sus rivales ideológicos, y tomar el poder para cuando acabe la ocupación. Entre sus rivales estaba también la Iglesia.

Luis continuó estudiando con entusiasmo; siempre se mostró comprometido con la gente y muchas veces se preguntaba si tenía vocación sacerdotal. En una oportunidad escribió:” ¿Cual es mi lugar para ayudar en la redención de las almas?”

Las persecuciones se fueron agravando; los comunistas asesinaron a su amigo de la Acción Católica, Vicente Mravlje. Escribió entonces:”Obtuve el diario de Vicente. Noté que presentía su muerte, pero no tuvo miedo. Aunque nos maten por esto, no voy a desistir”

Más que nunca vivió la Eucaristía, y tomaba fuerzas para alentar a muchos de sus amigos, que empezaron a acompañarlo en esta encrucijada. Muchas veces más tuvo que asistir también con ellos y su tía a los sepelios de otros amigos. Una vez le confesó a uno de sus amigos:” ¿Crees que nos espera algo diferente?, puede ser más pronto de lo que imaginamos”

Los asesinatos a manos de los comunistas se extendieron por toda Eslovenia, y Luis expresó muchas veces sus pensamientos sobre la preparación de su alma para los sacrificios. Hacia el invierno del año 42 escribió este breve poema:

Caigan, copos de nieve,
laven la sangre de la tierra
y cúbranla con su manta blanca,
con ella, que el barro se abrigue!

Que lo malo acabe,
y el corazón se embriague
de blanca pureza,
que se limpie con ella
y a la gloria final, se eleve!

Luis se preparó para la Navidad de ese año con mucha reserva, con él llevaba siempre el libro de Tomás de Kempis, La imitación de Cristo. Unos días antes de la Nochebuena decidió ir al sur de visita, para ver a su madre en las vacaciones navideñas. Se despidió con gran pesar de su tía, porque el sur estaba siendo sitiado por los guerrilleros comunistas; la consoló prometiendo que se volvería tan pronto viera algún peligro.

Ya en camino, pasó la Navidad en la casa de un amigo, y aunque quisieron disuadirlo para que no siguiera, igualmente continuó. El primero de enero del año 43 tomó un tren que se detuvo en Trebne porque las vías estaban deterioradas, y se dirigió entonces a la parroquia para pedir información, junto a otros dos diáconos que lo acompañaban. Les aconsejaron no continuar, y los diáconos regresaron. Pero Luis estaba decidido a ver a su madre, y continuó el camino a pie, hasta que un hombre se ofreció a llevarlo en su carro.

En Mirna los detuvo una patrulla comunista, y a Luis lo llevaron a una fonda para interrogarlo. Lo revisaron y encontraron entre sus cosas el libro de La imitación de Cristo. Estaba condenado.

Allí terminó su camino, no pudo llegar hasta su madre, pero empezó otro camino diferente, el de los mártires; aquellos hombres que son para nosotros un testimonio vivo de fidelidad y templanza.

Casi dos meses después, unos chicos encontraron su cuerpo en el bosque, a orillas de un arrollo cerca de Mirna. Sus orejas, ojos y lengua habían sido cercenados. La piel de su espalda fue arrancada en tiras. Luego de atormentarlo, terminaron con su vida con un golpe que le destrozó el cráneo. Ocho testigos describieron las horribles laceraciones en todo su cuerpo.

Luis fue sepultado en Sentrupert, con una sencilla lápida de mármol blanco. Las letras doradas con su nombre miraron calladamente hacia el valle durante toda la era comunista. Se silenciaron todas estas atrocidades, y solo se pudo escuchar en susurros la historia ejemplar del joven mártir.

Ya caído el régimen, y en ocasión de los cincuenta años de su martirio, el obispado de Liubliana inició las gestiones para la beatificación de Luis. En el año 2010, el papa Benedicto XVI firmó el decreto referente al martirio del Venerable Luis Grozde.

En el 2011, sus restos fueron llevados al Santuario de Zaplaz, a pocos kilómetros de su pueblo natal. La vieja y enorme iglesia, destino de antiguas peregrinaciones, fue restaurada para recibir a Luis en un nuevo altar lateral. El actual párroco de Zaplaz es el sacerdote argentino Marcos Japelj, hijo de exiliados eslovenos.

El beato Luis Grozde dejó muchos escritos. Tal vez, uno de los que más importa por su actualidad, el que mejor refleja su interés por el compromiso de los jóvenes, es el siguiente:

“Los jóvenes miramos despreocupados, cómo se expande la ausencia de fe. Es tiempo de que nos levantemos de nuestra ociosidad. Vayamos al trabajo, la victoria es nuestra porque Dios está con nosotros. No nos escondamos, somos la juventud católica y queremos a Dios en todas partes.

Muchachos, queremos a Dios en nuestra hermosa Eslovenia, y el apostolado de los laicos se trata de esto. La tarea por delante es grande: trabajador entre trabajadores, estudiante entre estudiantes. Debemos trabajar para nuestra reconversión interior, rezar y realizar sacrificios.

Las palabras sin obras no logran nada. El verdadero apostolado de los laicos está en el esfuerzo, en el sacrificio y la comunicación cordial, cuando la palabra fluye de corazón a corazón…”

En mayo de 2012 llegó a la Argentina una reliquia de Luis Grozde, con destino a la sencilla iglesia Señor de los Milagros, en Morón. Allí lo esperaba su párroco, el padre Francisco Himmelreich, compañero de juventud de Luis Grozde en la Congregación de María. El domingo 20 de ese mes, durante la solemne la misa de entronización de la reliquia del beato Luis en su iglesia, el padre Francisco expresó:”En este mundo, donde los jóvenes están tan desorientados y no tienen ideales, yo les digo, vengan, aquí está, éste es un ideal a seguir”.

Luego de la muerte del padre Francisco ocurrida este año, la comunidad eslovena de Morón le pidió al Obispado que esa reliquia de Luis fuera trasladada al salón capilla del Centro Esloveno Pristava de esa localidad. El pedido fue escuchado, y el pasado domingo 29 de octubre se celebró la nueva entronización de la reliquia del beato Luis Grozde.

Sin duda, este generoso gesto de la Iglesia para con la comunidad eslovena de Morón es trascendental; representa una hermosa retribución a todos aquellos sueños y esperanzas que los exiliados eslovenos depositaron en esta tierra Argentina. Es un hecho histórico que tiene un valor inapreciable para los eslovenos; el mártir habitará la casa de aquellos que, como él, sufrieron la persecución por la fe. Todos ellos, a pesar de las pérdidas y los sufrimientos, le fueron fieles al Padre; nunca dudaron en la fe que apacigua y reconforta.

José Lenarcic

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